domingo, 15 de junio de 2014

Inconfundible [Capítulo 4]

4
D
esde que entré a trabajar a la constructora de mi familia, pude encontrar un poco más de paz entre mis actividades. Si bien, soy la mano derecha de mi padre y, por consecuente, uno de los que menos descansa, es más relajado que tener que aguantar no sé cuantas clases por día.

Aunque claro, eso no significa que el llevar todo en orden sólo, sea la cosa más sencilla del mundo. Platicando con mi padre, en la cena, le pedí la autorización para poder contratar a una secretaria que se encargara de mis juntas internas y externas. Él, sin dudarlo un instante, aceptó a que hiciera una selección entre las chicas que ya trabajaban en la empresa pero, sinceramente, ninguna me inspiraba confianza ni me llamaba la atención como para trabajar todo el día con ella.

Si pudiera tener un prototipo ideal de mi nueva asistente personal, tendría que ser: primeramente, una chica bien preparada, una licenciatura, maestría, doctorado, algo bueno; segunda, que no tenga ojos de color, no es que no me gusten sólo que no confío en ese tipo de personas (irónico ya que mis ojos son grises) atenta, eficaz... Bueno y lo que cualquier jefe busca entre sus empleados.

Por correo, recibí unas 15 solicitudes, pero no me gustaba el perfil de ninguna. Creo que solo 1 o 2, pero no me terminaba de convencer. Durante la tarde recibí a otras 15 chicas en la oficina, pero del mismo modo quedé en cero.

Salí de la oficina a eso de las 7 de la noche. Aborde la camioneta, junto con Yoon y mi padre.

-A la casa, Yoon- Habló serio mi padre.

Yoon simplemente asintió y emprendió el viaje de regreso. Yo, como siempre, me quedé dormido a mitad del camino. Para mi mala suerte, no pude evitar el "regaño" de mi padre por no encontrar secretaria ese día. Puede ser flexible conmigo, pero cuando de trabajo se trata... Bueno, díganos que Hitler se queda corto ante sus exigencias. Siempre quiere que todo esté al momento y lo mejor posible. Nos encontrábamos en la cena, cuando comenzó con el discurso de siempre, solo que ahora lo hizo en presente, antes lo hacía a futuro.

-Dietmar, comprendes que no puedes estar más perdiendo el tiempo ¿Verdad? Terminando tus estudios, te di la oportunidad de integrarte de inmediato a las oficinas de la constructora. Aunque claro, te hice prometer que te entregarías de lleno ¿No es así? Es por eso que no comprendo tu desperdicio de tiempo en estas dos semanas y media que llevas laborando ahí

Sus ojos, negros y severos, se posaron sobre mí en un gesto de desaprobación. Suspiré pesado, di un largo trago a mi vaso de agua y, tras dejar los cubiertos a ambos lados del plato, comencé a hablar.

-No es que pierda el tiempo, papá. De hecho ya tengo los planos para el proyecto del centro comercial, que llegó el mismo día que yo; ya comencé a cotizar loa precios de los materiales y demás. Aparte...-Su voz gruesa me interrumpió.
-¿Hiciste tú la cotización? Dietmar, para eso tienes al contador de la empresa.
-Lo siento, no me da confianza que sus ojos sean azules- Me disculpe y continué- En cuanto a la misión fallida de hoy, prometo quedarme con alguna de las candidatas mañana.
-¡ESE PROBLEMA TUYO CON LOS OJOS! -Exclamó desesperado- No te va a llevar a nada bueno. Es momento que dejes eso en el pasado.
-No puedo.-Suspiré- Desde mi secuestro a los 15 el trauma con los ojos de color incremento. No me gustan, me generan desconfianza.
-En consecuencia a eso- Dejó el plato de lado, aventó la servilleta a la mesa y se levantó- Tu secretaria deberá tener ojos de color claro sin excusa ni pretexto.
-¡Papá! -Exclamé antes de que partiera a su cuarto- Ninguna chica de hoy tenía ojos claros, no puedo ir por ahí ignorando algún buen perfil solo por el color de los ojos.
-Eso es lo que has estado haciendo por años.

Fue lo único que salió de sus labios, antes de irse a su habitación. Suspiré y me hundí en mi silla. Tal vez tenía razón, llevaba años huyendo de las personas que tenían ojos de color, pero es que lo último que recuerdo, antes de que me subieran abruptamente a aquella camioneta negra, eran un par de ojos de color verde, aunque a veces aparecen azules en mis recuerdos. De igual modo, aventé la servilleta a la mesa. En ese momento, Lizzete salió de la cocina.

-Niño Dietmar, ¿Está bien?
-Algo así -En un gesto de frustración, pase ambas manos por mi rostro y mi cabello.- Simplemente no puedo desligarse de eso, Lizzete.
-Ay niño Dietmar -Posó su mano en mi hombro- Debe de mantenerse tranquilo. Sé que no es fácil olvidar eso -Noté algo de tristeza en su voz.- Pero debe de entender a su padre, quiere que sea un hombre de bien, aparte que el trabajo es lo único que lo mantiene ocupado desde que su madre murió.
-Eso lo sé, pero no sólo tenía esposa, también tiene un hijo que no puede confiar en personas de ojos claros.
-Tranquilo, tranquilo -Acarició mi espalda- ¿Qué te parece si hacemos sándwich de galleta y bombón en la cocina?

Sonreí y asentí feliz. Ese era uno de mis postres preferidos desde siempre, y usualmente los como solo si estoy alterado. Recuerdo que en mis noches más largas de estudio, a eso de las dos de la mañana, Lizzete subía por mi y tras insistir varias veces, bajábamos en silencio a preparar el aperitivo de los dos. Ella llena el espacio que mi madre dejó al morir.

Pasé un buen rato en la cocina, hasta que el cansancio me ganaba. Me despedí de Lizzete, subí a mi cuarto y me cambie para dormir. Una vez arropado mandé un mensaje de texto a los gemelos. Puse como siempre la alarma y me quede dormido sin saber si me contestaron o no.


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