jueves, 9 de octubre de 2014

Diario de un metamorfo [Parte 5/Final]

Pasó un último mes de mí soltería. Mañana empezaría una vida «regenerado» había encontrado lo que quería, o eso aparentaba la realidad, y eso me bastaba.

Pasaba la noche, tranquilo, en mi apartamento. Omití el cenar algo y me fui directamente a la cama. Supongo que el shock de cambiar de vida me había robado el apetito. Estaba recostado, viendo el techo de mí casa y escuchando el tic-tac del reloj, que me anunciaba que cada vez era menos el tiempo para cambiar; cuando sentí una presencia que nunca creí volver a sentir. Electra. Al incorporarme de la cama, me topé con su silueta frente a mí, recargada sobre el borde de la puerta.

— ¿Cómo entraste?
—No es como si fuera una ciencia muy difícil entrar aquí —Soltó divertida y se acercó a mí— ¿Te vas a casar?
—Ya lo hice de cierto modo —Me levanté y la aferre a mí en un abrazo. La extrañaba y necesitaba entre mis brazos nuevamente— Entregue mi anillo correspondiente, solo voy a hacer una fiesta para anunciarlo al mundo mortal.
— ¿En serio te querías casar con ella?

Bajé la cabeza y suspiré. La verdad es que estaba confundido desde un principio, pues el color rojo se relacionaba con ambas y no las podía sacar de mí cabeza de ninguna manera. Probablemente me arrepentiría de lo que iba a decir, pero no importaba.

—Realmente deseaba casarme contigo —Finalmente me correspondió el abrazo— Pero la pelea me cegó y ahora estoy atrapado aquí.
—Yo también me quería casar contigo. Deseaba ser yo la portadora de ese lazo invisible y perpetuo, ser la que estuviera contigo siempre, entregarte a ti mi posesión más precisada como símbolo de nuestra unión.
Otra vez me había metido en una mentira. No estaba actuando correctamente, solo pensaba en mi y en que deseaba conservar a ambas. En ésta vida no se puede tener todo, pero yo deseaba intentarlo. Quería la ternura y comprensión de Rubí, al tiempo que anhelaba la pasión y locura de Electra.
—Hubiéramos sido bastante felices —Le acaricie el rostro.
—Yo quiero estar contigo —Se aferró de mí— ¡Te amo, gato! Nunca dejé de amarte, y sé que tú no la amas a ella tampoco.
—Soy más tuyo que de ella...—Acerqué mi rostro al suyo— ¿Me permites?
—No entiendo porqué preguntas.

No dije nada más, sonreí y comencé a besarla con toda la necesidad de mí alma. La deseaba de una manera loca e irracional. Electra me correspondió el beso, dio un salto ligero y yo la cargué por los muslos. Sus piernas me rodearon y sus dedos se enredaron en mi cabello, tratando de apegarme cada vez más a ella. Nuestras bocas demandaban cada vez más la contraria. Ella sentía la misma lujuria y pasión corriendo por las venas que yo, me lo demostraba con cada beso, con cada mordida que me daba.

De un momento a otro, estábamos en mi habitación, desnudos, yo sobre ella y moviéndome de una manera rápida y desordenada. Los gemidos y gritos de ambos resonaban por todo el apartamento. El sudor corría por mi pecho, y se perdía en la cadera de ella. Sus uñas me arañaban y yo lo disfrutaba tanto. Era excitante. Un par de ocasiones mis gemidos se confundieron con maullidos que no podía reprimir de ninguna manera.

No supe cómo, pero Electra giró de tal modo que quedé bajo su poder. Sus caderas se movían rápidas y constantes, volviéndome loco por el ritmo que llevaba. Pasé mis manos por su vientre, llegando a sus pechos y masajeándolos. Nuevamente me incorporé y la ayudé a moverse sobre mí, al tiempo que la aferraba por la espalda a mi cuerpo. No me importaba nada, sólo el hecho de que la estaba haciendo mía después de tanto tiempo. Mordió mi cuello y yo el lóbulo de su oreja. La apegue lo más posible, sintiendo como su pecho se frotaba con el mío. Estábamos llenos de placer.

Seguimos por horas, con todas las posiciones que se nos ocurrieron, hasta que el cuerpo nos pidió un descanso. Me corrí dentro y fuera de ella en diversas ocasiones. Ambos llegamos a los mejores orgasmos de toda nuestra vida inmortal. Jadeantes, nos recostamos abrazando al otro. Su barbilla estaba sobre mi pecho. Sentíamos la respiración agitada de ambos. Nos olvidamos de todo, solo éramos nosotros dentro de esas 4 paredes. Nada existía afuera, ni el mañana, ni Rubí, ni mi boda con ella.

—Hacía tanto que deseaba que me hicieras tuya —Habló una vez que su respiración se tranquilizó— Te amo, gato.
—Y yo a ti, bonita —Besé su cabello aún húmedo— Te deseaba como no tienes una idea.
— ¿Aún deseas casarte con ella? —Preguntó coqueta y besó nuevamente mi cuello.
—La verdad es que no —Me estremecí al sentir su lengua en mi piel— Pero sabes que ya di el anillo. No hay vuelta atrás, aunque te ame.
—Vámonos de nuevo. —Se recargó en sus codos y me miró suplicante— He escuchado que te van a liberar de tu contrato después de mostrar la alianza con la mortal. No puedo estar sin ti.
—Ni yo sin ti —Sonreí desde abajo— Pero me van a tener cuidado. No quieren que regrese contigo y ya no cuento con la protección de Jessenia. Estoy solo.

Nuevamente comencé con mi tela de mentiras. No podía simplemente irme con ella, no quería defraudar a las personas que confiaban en mí. Electra tomó la sabana y se levanto de la cama bastante molesta.

— ¿Entonces por qué te acostaste conmigo?
—Ya te lo dije —Me levanté y le abracé por la espalda. Besé su cuello y susurré a su oído— Soy más tuyo que de ella. Te necesito conmigo, eres mi tentación preferida.
— ¿Y por qué caes en mi tentación? —Me encaró.
—Eres la demonio más hermosa y sensual que he conocido —Acaricié su rostro— Aún si me casé con alguien más, eres tú en quién pienso, eres tú a la que amo.

Asintió y me dio un último beso en los labios.

—Duerme ahora, mi gato —Sonrió cálidamente y me apretó contra su pecho.

No pasó mucho tiempo para que yo me quedara completamente dormido en los brazos de mí amada demonio de fuego. Sin duda alguna, la mejor noche que había pasado hasta ese entonces.

Los primeros rayos del sol me despertaron para darme la sorpresa de que estaba solo en mi habitación. Suspiré algo pesado, pensando en que, nuevamente, Electra se había enojado.

Tras levantarme de la cama y bañarme, me enfunde en un traje negro, para después ir a unir mis lazos, por siempre, con la mortal. De un modo me arrepentía de pasar la noche con Electra, es decir, se supone que había hecho mi promesa nuevamente, pero aún así, deseaba tanto a esa demonio que hubiera sido un delito el no haberme acostado con ella. Como sea, eso es algo que no debe salir nunca de mis recuerdos.

Entre Rubí y yo, decidimos que la boda no sería de ninguna índole religiosa, puesto que sería un gran problema para mí y mis amigos. Es decir, venimos del infierno, literalmente hablando. No es como si nos quemáramos o algo por el estilo, es solo que no nos iba a ser cómodo, y bueno, si salíamos algo lacerados de esos lugares «benditos» y más al exponernos a las ceremonias. Todo iba a ser de manera «legal» en el mundo de Rubí. O sea, por el civil. Aparte que, después del anillo que entregue y la unión que se hizo, ya no era necesario algo espiritual. Creo.

Jessenia elaboró un hermoso vestido para Rubí, tal cual como ella lo pidió: Blanco, largo, de corte strapless y ceñido a su bien formado cuerpo. Se veía preciosa, más de lo normal. A la altura de la cadera, en la unión del corsé con la falda, llevaba incrustados unos cuantos cristales rojos, solo para conmemorar que me casaba con: «la linda chica de rojo»

La fiesta se realizó en un jardín. Mesas con mantel blanco y las sillas contaban con una funda del mismo color y un listón grueso en el respaldo de color rojo. Durante la noche, el jardín se iluminó con luces de diferentes colores, acompañado de la música de un equipo de sonido que habíamos contratado. Para finalizar, el firmamento se llenó de fuegos artificiales para ambos. Le di la fiesta que se merecía mi princesa. Al hacer todo ese derroche, traté de compensar a la joven por todo lo que le había hecho.

Antes de que mi mortal, mis amigos y yo desapareciéramos, la familia a la que sirvo apareció entre sombras, humo y un calor bastante desagradable para cualquier humano.

—Al parecer has seguido lo que era correcto. —Habló Bietka— Ganaste tu libertad.
— ¿En serio? —Los miré emocionado. Pese a que ya me lo habían dicho, pensaba que habían cambiado de opinión tras mi desaparición.
— ¿A qué se refieren, Alexander? —Preguntó confundida, Rubí.
—Tu gato se ha ganado la anulación del contrato que tiene con su familia del infierno debido a la fidelidad. Seguirá siendo de apoyo para ellos, pero no necesitará estar donde ellos manden. Es una especie de libertad por buena conducta —Intervino Jessenia— Alexander tiene suerte, son muy pocos quienes la consiguen.

Asentí con la cabeza y Rubí me miró sorprendida y feliz. Akop pidió que me acercara a él. Tomó mi muñeca y con su uña abrió una herida en mi vena. Comenzó a brotar sangre azul. No, no es por pertenecer a la realeza, esa es la coloración de la sangre de mi raza. Cada criatura tiene un color característico y sólo para que quede claro: Las criaturas de oscuridad tienen sangre negra, las de criaturas de luz es blanca y las de los sirvientes, como los metamorfos, es azul. Mi dueño hizo lo mismo con su muñeca. Simplemente esperamos a que la sangre corriera hasta cubrir nuestras palmas y nos dimos un apretón de manos. Los grilletes negros, que llevaba desde el momento de mi contrato, se hicieron visibles y cayeron al suelo, esfumándose casi al instante. Era libre y se sentía tan bien. Por mi mente pasaron muchas cosas, aunque prefiero omitirlas.

Valerie se abrió paso entre sus padres y con ojos llorosos me abrazo.

—Gato, no quiero que te vayas.
—No me voy a desaparecer Val, lo prometo. Iré a visitarte al inframundo cada que pueda.
— ¿No me vas a abandonar? —Subió su mirada y las lágrimas corrieron— ¡Promételo!
—Te prometo, princesita endemoniada, que iré a verte lo más pronto posible y no pensaré nunca en abandonarte.

Arranque algo de hierba y la envolví entre mis manos; una vez que las separé, una flor negra se materializó. Con tranquilidad la dejé sobre las manos de Valerie.

—Esta flor, del color de tu sangre, será la prueba de ello. Ponla en agua cuando me necesites con urgencia. No necesitas mantenerla en ella, marchitará el día que venga a verte sin tu llamado. Será una especie de advertencia.
—Te quiero, gato.

La niña me abrazó emocionada y regresó a lado de sus padres, aún fascinada por lo que le había entregado. Sé que dije que no soy mascota de nadie, pero le tomé un gran cariño a Valerie, aparte que siempre está sola y no tiene muchos amigos. Me incorporé y regresé al lado de mi esposa.

—Serás un gran padre —Musitó en mi oído.

Escalofríos recorrieron todo mi cuerpo de imaginarme con hijos. Yo odiaba los niños y por más que me haya casado era lo que menos deseaba eso de los infantes. Qué horror. Una sonrisa forzada se dibujó en mis labios y asentí.

—Tampoco lo presiones tanto —Intervino Said— de por sí ya es una sorpresa grande que se haya casado.
—Todo puede pasar —Rió Rubí.

Jessenia y yo permanecimos en silencio. Ambos sabíamos que cambios también repentinos nunca serían buenos para criaturas como nosotros. Aunque bueno, ella ya se había embarazado y eso era lo último en sus planes.

—Que seas feliz, Alexander.
Esas fueron las últimas palabras de Akop antes de desaparecer con su familia del lugar. Finalmente estuvimos solos. Jessenia y Said se despidieron de nosotros, dejándonos a Rubí y a mí en el lugar. Abordamos la limusina que nos llevó directo al hotel dónde pasaríamos nuestra primera noche como marido y mujer.

Sinceramente no quiero hablar de esa noche porque fue un momento tan íntimo y hermoso que prefiero que quedé cómo recuerdo solo nuestro y de nadie más. Rubí me entregó su virginidad, aunque yo me sentí tan sucio de solo pensar que la noche anterior había estado con Electra. Aún así, le entregue mi cariño en cada beso, en cada caricia y en cada suspiro de mis labios.

Al día siguiente me desperté con ella a mi lado, cobijada y abrazada de mí. Sonreí con ternura. Se veía tan inocente y adorable. Besé sus mejillas y me incorporé sin despertarla. Miré a mí alrededor. Todo estaba tranquilo y en paz, nuestras ropas regadas, aunque había algo que resaltaba del lugar, algo que no estaba aquí a la noche cuando llegamos.

En la cómoda a lado de la cama, se encontraba un sobre negro con bordes rojos, escrito con sangre. Al ver la forma de escritura y la tinta, supe de inmediato quién la había dejado. Electra tenía la costumbre de usar la sangre de sus víctimas como tinta. Mi corazón dio un giro, aunque no sé si de felicidad o por estar alarmado. Tomé la carta en mis manos, la abrí y comencé a leer:
«Gato, solo quiero decirte que comprendo que debes cumplir ese pacto, pero yo no puedo renunciar a ti.
Te amo, Alexander, y sabré esperar para verte en el momento correcto. Te estaré observando y apareceré en el momento que menos te lo imagines. 
Hasta entonces, espérame. 
Electra
PD: sé que no la amas y confío en que tus sentimientos siguen igual de fuertes hacia mí. No me molesta tener que compartirte si sé que al final estarás conmigo.»

Tras terminar de leer, la carta se incineró en mis manos y las cenizas desaparecieron. ¡Ah, perfecto! Todavía no llevo una semana de casado oficialmente y ya tenía una amante. Aunque no puedo negar que esa amante sabe hacer cosas espléndidas. Sonreí con algo de lujuria y miré a Rubí a mi lado. Nuevamente me sentí mal de solo pensar que la podría engañar nuevamente.

No tuve otra opción más que esperar a que Electra apareciera para terminar las cosas. Debía dejar la doble vida a como diera lugar. Dos semanas después de la boda, se hizo presente. Caminaba de regreso a la casa, cuando me jaló hasta un callejón y nos teletransportó a su apartamento.

— ¿Electra? —Pregunté al aire, después de verme solo en el lugar— sal, por favor.

Una sombra se avecinó por el pasillo oscuro que conectaba la sala con su habitación. Una vez que la poca luz del lugar pegara en su cuerpo, me quedé boquiabierto. Por obvias razones tengo una gran afinidad a los gatos, no por ello me puedo transformar en uno, pero verla a ella dentro de lencería bastante provocativa, con adornos como cola y orejas de gato, aunado a un collar con cadena me hizo perder el piso. Negué frenéticamente y apreté los ojos.

Contrólate Alexander, no debes de serle infiel a esa chica.

Electra me acorraló contra la pared y besó mi cuello lentamente. Trataba de resistirme, pero sabía dar en cada uno de mis puntos sensibles. En cuanto menos me di cuenta, estaba con ella en la cama otra vez. Sí, acepto que soy débil, pero en serio que si la tuvieran a ella enfrente comprenderían el porqué de mi debilidad. Es todo lo que puede esperar alguien en una mujer, lástima que a los mortales no les dure más que unas cuantas vistas para terminar en el infierno.

Desde esa noche, mi demonio de fuego y yo tenemos un día en específico al mes para hacer un pequeño encuentro nocturno. No, ni Jessenia, ni Said, y mucho menos Rubí saben eso. Nuevamente se convirtió en un secreto nuestro.


Perdóname Rubí, pero simplemente no me pude controlar. 

Vanessa Jaqueline Sánchez Velázquez.